Tierra no mía, te quiero
- Marina Torres Godoy
- 13 mar 2019
- 1 Min. de lectura
La de las calles serpenteantes. Isla encerrada entre el viento y el mar. El agua no empapa la ropa tendida en los balcones porque aquí la lluvia es de papelillos. El puente acaba donde tus puertas de tierra se abren a los barrios flamencos.
Ciudad que no me pariste, me robas el tiempo cuando camino por la orilla de tu Caleta. Me robas el corazón cuando me muestras las barquillas mecerse en el puerto. Me robas y yo me dejo, me dejo porque me embrujas.
Cádiz, que larga tienes la lengua. Carnavalísima señora que bien canta las verdades. Cádiz, pobre pero elegante. Cádiz, con máscara que oculta 3.000 años. Que mágico tu encanto llamado febrero que las heridas cura, los males espanta, los demonios aleja y al levante enfurece. Los atardeceres los hace inmensos por encima del balneario y en el mar vuelca tanta luz que lo convierte en plata. Febrero, que a golpe de paso doble y tanguillo coronas al bufón, encarcelas al de arriba y tiendes la mano al de abajo.
Don Carnal, padre de los poetas y las más bellas musas del paraíso. Carnaval, que conviertes las almas en serpentinas de colores y las haces estallar con el sonido de los pitos de palma. Entregas el poder al pueblo y con él la libertad en forma de canciones que cuentan historias donde todo es posible. Carnaval hecho arte y religión del gaditano, y del que añora haber nacido en el Barrio de la Palma, arañado tu piel de arena y besando cada una de las sonrisas que se dibujan en esta esquinita del sur.

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