Corazón venezolano a ritmo de pasodoble
- Marina Torres Godoy
- 13 mar 2019
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 14 mar 2019
Una rosa pintada de azul es un motivo
A las ocho y media de la tarde la humedad del ambiente hace brillar de una forma especial los adoquines de Calle Granada.
Una simple estrellita de mar es un motivo
Un poco más adelante, en la concurrida Plaza de la Merced, la espesa niebla con olor a castañas dificulta la vista.
Escribir un poema es fácil si existe un motivo
Las risas y un añejo sabor a bodega se asoman a las puertas de El Pimpi unos pasos por detrás.
Hasta puedo crear mundos nuevos en la fantasía
El sonido del acordeón serpentea entre las ventanas desprovistas de cristales de los edificios abandonados y retumba en el agua de la pequeña fuente de mármol de la Plaza de la Judería.
La música te guiará por las callejuelas y te hará ver las cosas de un modo diferente, de otros colores, suavizando las formas, acompasando tu marcha. La música te hipnotizará y te hará descubrir los rincones ocultos de la ciudad, allá donde los trovadores de los barrios del centro improvisan el espectáculo.
La música de aquel pequeño acordeón también hipnotizó a Conrado Serrano Coll que, con 11 años, perseguía a un grupo de muchachos por los pasillos del colegio San Ignacio de Loyola (Caracas, Venezuela) una mañana de octubre de 1962. Conrado había descubierto la magia que se impulsaba en el aire cuando se plegaba el fuelle de aquel instrumento, y el deseo de aprender a tocarlo fue la primera gran decisión de su vida. Por las tardes se sentaba a escuchar las clases de música que se impartían al girar la esquina de su calle, en la academia del profesor Egan. De forma casi clandestina, ya que tenía por seguro que su padre no aprobaría la idea, comienza a formarse musicalmente, hasta que logra interpretar a la perfección un sencillo arreglo de Jingle Bells que llevaba cerca de tres meses practicando. El muchacho sabía que su progenitor no era hombre al que se pudiera convencer con palabrería, sino con hechos. Pero estaba seguro de que la música había llegado a su vida por algún motivo. Estaba más que seguro. Había llegado para quedarse.
Escondido con el acordeón, que su profesor le había prestado, esperó impaciente a que el señor Serrano volviese a casa al medio día, después de trabajar, para empezar a tocar.
- ¿Pero cómo es que tú le haces para manejar todos esos botones?
- Te dije que iba a aprender este instrumento y te lo estoy demostrando papá.
- Está bien, lo conseguiste, yo te pagaré las clases. Veamos si el profesor quisiera venderte ese acordeoncito para que practiques.
Y durante seis meses así fue. Transcurrido este tiempo la academia del profesor Egan se mudó demasiado lejos. Conrado abandonó las clases. Con el tiempo, la melodía que solía envolver la casa se volvió menos frecuente, aunque nunca llegó a desaparecer. El acordeón, aunque en ocasiones polvoriento, no se marchó de la vida de Conrado.
Unos ojos bañados de luz son un motivo
El Conrado de 36 años había llevado una vida de subidas y bajadas, de idas y venidas en la pequeña furgoneta cuadrada de su padre, con la que trabajaba transportando utensilios de ferretería por Venezuela, pero de la que no podía quejarse. Y en la vida del Conrado de 36 años se volvió a colar la música del acordeón sin previo aviso y sin llamar a la puerta. Y sus ojos se bañaron de luz, esta vez con motivo.
Por recomendación de un amigo conoció a un músico italiano que fue su gran maestro, “me enseñó de la a a la z”.
- ¡Conradito! ¿Cómo estás? –lo recibió al abrirle la puerta de su casa.
- ¿Profesor usted me conoce?
- Sí, desde que usted era así de chiquito. Recuerdo que tomaba clases en la academia del profesor Egan. Una lástima que le perdiera la pista, yo jamás le hubiera dejado escapar, le hubiera dado clases particularmente. Usted tenía tanto entusiasmo por el instrumento… ¡yo le podría haber hecho el mayor acordeonista del mundo!
- Profesor ya tengo 36 años, yo no vengo a perder el tiempo. Usted me enseña y yo le respondo.
- Muy bien, consiga un acordeón de 120 bajos. ¿Tiene un bolígrafo? Le apuntaré los libros que tiene que comprar.
“En cuatro años hice lo que se hacía en ocho. Estudios dificilísimos, que los alumnos tardaban por promedio un mes en pasarlos, los pasaba yo uno por semana. El profesor se quedaba asombrado”. En cuatro años estaba listo. El profesor no tenía nada más que enseñarle. En cuatro años había recuperado 25. Y a los cuatro años, por cuestiones del destino, en una fiesta en casa, dos violines y un acordeón trajeron consigo la oportunidad que Conrado estaba esperando. Los músicos le ofrecieron trabajo en el Hotel Tamanaco, uno de los más prestigiosos de Caracas, lugar en el transcurrieron los años más felices de su vida.
Unos labios queriendo besar son un motivo
2 de febrero de 1999, el presidente Hugo Chávez gana las elecciones. Nace la República Bolivariana de Venezuela. “Mis dos hermanos y yo nos miramos a las caras. Chávez estaba de besos y abrazos con Fidel y había que poner pies en polvorosa. De ahí había que salir corriendo antes de que se tornara como Cuba y lo perdiéramos todo”. Conrado era de origen español, ya que su padre nació en Alicante. Gracias a la Ley de Memoria Histórica, vigente en aquel momento en Venezuela, tanto él como sus hermanos poseían la nacionalidad desde 1996. Solo había que hacer el equipaje. Pero como en todo viaje, hay cosas que no caben en la maleta. A Conrado le costó su matrimonio y el trabajo de su vida. En España ha saltado de un empleo a otro, redondeando su sueldo con las ayudas que le prestaba el Estado. ¿Pero que hace una persona que con 53 años se ve desempleada? Agarrarse a un clavo ardiendo.
“Para mí la música ha sido pasión y locura desde el primer momento. Desde muy pequeñito me sentaba con mi papá a escuchar los discos de Juan Legido, los del Gitano Señorón, todo tipo de boleros o música mexicana. Desde que tenía cinco o seis años se me veía la vena musical en ciernes”. Pero en España el único lugar para la música está en la calle.
Conrado Serrano Coll tiene 65 años y cada tarde acude a Calle Granada, justo a la altura de la Plaza de la Judería, entre la Plaza de la Merced y la taberna de El Pimpi. Cada tarde se pone su chaquetón, ya que en noviembre hasta en Málaga refresca, se coloca su gorrila azul marino, carga el maletín donde guarda el acordeón en la estructura de un carrito de la compra y sale a tocar.
Y me quedo mirándote a ti
Toca para ti, y para ti y para ti. Para todo aquel que transite la calle, aunque no lo vean, aunque no lo escuchen.
Encontrándote tantos motivos
“Hay gente que se para, ¡incluso algunos bailan!, pero España no es un país muy dado a la limosna”. En un día puede recaudar 20 o 25 euros, que le salvan de más de un apuro. Conrado nunca pierde la sonrisa porque a su parecer le sobran los motivos. Tampoco pierde la esperanza y quizás pronto, gracias a propuestas de trabajo que planean sobre un futuro cercano, abandone la que ya es su esquina en la ciudad. “Posiblemente en enero empezaré a trabajar en un restaurante, donde vaya dos veces a la semana, quizás tres. Además, unos amigos me han recomendado al gerente del Hotel Posada del Patio”.
“Nunca he dejado la música, siempre ha sido para mí mi columna vertebral. Mi razón de ser es la música. Soy músico de la cabeza a los pies y no la dejare jamás en mi vida. No puedo”.
Yo concluyo que mi motivo mejor eres tú

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